Hola, Ataque de Pánico, ¿quién eres?
- Daniela Pérez
- Dec 28, 2023
- 5 min read
Hace unas semanas cuando dejé de publicar en Bajo Cuerda, vendí mi carro.
Cuando me senté a firmar los papeles con la persona que lo estaba comprando, lo noté muy decaído y triste, diferente a la actitud alegre con la que lo había conocido. Así que le pregunté: “¿Todo bien?” Y me respondió: “¿Quieres escuchar mi historia?”. Y por supuesto, Daniela se frotó internamente las manos y gritó “Eureka! Otra para Bajo Cuerda!”
Lo que no sabía es que la vida me estaba mandando esta historia, para que pudiera empezar a ser consciente y aceptar que estaba atravesando un periodo de ataques de pánico, que nunca antes había tenido, ni que sabía cómo se veían o se sentían.
La historia de J, me hizo prestar atención a que debía cuidar de mi salud mental, A PEDIR AYUDA PROFESIONAL, aceptar un tratamiento psiquiátrico, y sobre todo sanar el alma.
Cuándo empecé a escuchar a J, no sabía a dónde iría a parar el cuento. Arrancó por contarme de su juventud, de cómo se había ido de la casa a los 20 años, de la crítica constante que recibía por parte de su mamá y del momento en que se encontró con la fraternidad del cristianismo.
Hasta ahí, vivía manejando la cotidianidad del día a día: el estrés, la situación del dinero y los negocios, de manera ‘normal’.
Luego, conoció a la mujer con la que se casó y tiene dos hijos de 20 y 16 años. En aquella etapa de su vida se sentía Superman, que podía con todo, tenía la autoestima volando, era un buen trabajador… pero por alguna razón le estaba quedando ‘grande’ salvar su matrimonio, que dejaba un hueco en el propósito más importante de su vida: su hogar.
La separación fue dramática, especialmente porque el día que dejó de ver a los hijos, sintió como si le “hubieran arrancado un testículo”. Cada 8 días que entraba con ellos, era felicidad; y cuando volvía sin ellos no paraba de llorar. Y así se le fueron 4 años, en los que sentía que no tenía norte, y una culpa enorme por no luchar por su pareja, especialmente porque aunque supuestamente se habían alejado por un tema de carácter que no los dejaba fluir, con el tiempo supieron que ella sufría de tocs obsesivos que habían desatado muchos de sus desencuentros.
Después de un tiempo en el que se enfrascó en el trabajo, pudo comenzar a conocer otras mujeres, entre ellas la mamá de su hija. Junto a ella experimentó “la noche maldita”, en la que se levantó después de un sueño profundo, como si hubiera tenido la peor pesadilla de la vida. Mientras se levantaba con el corazón a mil, sentía el peor de los sustos y desde ese día no volvió a comer por gusto, ni dormir.
Al igual que yo, J en ese momento no sabía lo que era un ataque de pánico. Así que experimentó otros, con taquicardia, las manos temblorosas, claustrofobia, ahogos mientras manejaba en un trancón, e incluso, tuvo la sensación de orinarse de solo pensar que tenía que llegar a su apartamento.
Estuvo 6 meses andando por el mundo con su sistema nervioso en estado de alarma, sin saber con precisión qué era lo que le pasaba, hasta que terminó en el consultorio de un psiquiatra tomando la sesión parado al lado de la puerta preparado para salir corriendo, “cual jugador de basketball”.
Cuando el doctor le dijo: “tienes un trastorno de ansiedad generalizada”, sintió como si le hubieran dicho que tenía cáncer, sobre todo porque consideraba que este tipo de especialistas eran una burla, y comenzó a sentirse literalmente como un loco.
A eso, agregarle el aceptar que tenía que entrar en un tratamiento con medicamentos, también lo sacó de su estado de Superman, porque era de los que no se tomaba ni un Dólex (también, como yo).
Sin embargo, los antidepresivos se sintieron como “caer en algodones”, después de estar 8 meses en pánico total. Con los años mejoró, hasta días previos a esa cita que tuvimos para firmar los papeles del carro, solo que esta vez, estaba en depresión por estar sufriendo los efectos de una nueva separación.
Mientras seguía su relato, reflexionó y fue consciente de que a pesar de sentirse bien, siguió "siendo el mismo y no había sanado creencias”, que no le iban a quitar los antidepresivos.
En una terapia de regresión anteriormente había podido notar que gran parte de su problema se originaba por la relación que había tenido con su mamá y lastimosamente había detonado en sus parejas. Había empezado a reflejar y repetir patrones de comportamientos que tanto le molestaban de ella, como la crítica, juzgar y hacer sentir a los otros, culpables.
Ese día que me senté con J, él estaba siendo muy consciente de no tener las respuestas a todas sus preguntas, pero entre las ideas que me dejó grabadas en la cabeza fue que “uno venía a sanar cosas en esta vida, y que si no lo superas, lo repites hasta que lo superas”.
Publico esta historia porque gracias a él, su experiencia y haberse abierto inesperadamente conmigo, pude entender que necesitaba de especialistas que me ayudaran. Pude aceptar que necesitaba medicación para tratar la ansiedad, depresión, ataques de pánico y TEPT. Pude empezar el camino de trabajar en mí, en mis creencias y comportamientos; pude HABLAR y darme cuenta que no estoy sola en este proceso y que hay otros que han pasado por lo mismo que yo.
Cuando se me desbalancearon los químicos en el cerebro, me sentí muy incomprendida. No conocía a nadie que hubiera pasado por lo mismo que yo, y poco a poco comenzaron a llegarme anécdotas secretas, que agradezco enormemente. Se deberían comunicar más para entender todas las formas de manifestación de la salud mental.
Esto no es sinónimo de debilidad y no se debería sentir vergüenza de compartir. Es más, hablarlo libera y seguramente ayuda a alguien a identificar y pedir ayuda.
Espero que a través de este texto, yo sea para alguien lo que J fue para mí.
NOTA:

Fui una persona muy afortunada de pasar el periodo de mis ataques de pánico frente al mar, en la naturaleza en general. Cuando sentía que no podía respirar me ponía de frente a las corrientes de viento, como si eso facilitara más la entrada de aire a mis pulmones.
Mi mamá en medio de una de estas crisis me tomó una foto, y ahora la veo con mucha compasión y me produce escalofríos. Me puedo acordar perfectamente qué era lo que estaba sintiendo en el cuerpo.
La salud mental te ataca con sensaciones físicas muy fuertes, nada placenteras.
Pensé mucho en las personas que no pueden ponerle pausa a sus vidas para sanar, como lo hice yo y también, a las que tienen que seguir trabajando.
Los admiro, porque he sido muy afortunada de haberme concentrado en mi tratamiento. En haberme permitido llorar, quedado en cama por horas, haber dejado de ser productiva o responder el celular; de ponerle pausa a mi cerebro (que estaba acostumbrado a ir a mil), de aceptar los días buenos y los no tan buenos; y a ser supremamente consciente de los pequeños grandísimos triunfos, como el de simplemente tener la capacidad de poder respirar hondo 1 vez.
Personitas, los abrazo. No están solos. Un día a la vez. Todo pasa.